miércoles, septiembre 27, 2006

Uno de superhéroes y otros recuerdos de la infancia

Me gustan los superhéroes. Batman, Spiderman, Flash, Los 4 Fantásticos… Desde pequeño he leído los comics y visto los dibujos animados… Hoy, algo más mayor, disfruto con todo este re-born del mito del superhéroe y de su salto a la gran pantalla que está habiendo en estos años. En aquel momento muchos niños eran ídolos de Zamorano y algunos de Son Goku... ¿nadie escuchó nunca el mito del niño que se tiró por la ventana al creer que una nube voladora le recogería?

Esta semana el ex-presidente Aznar ha declarado en su particular inglés que “Ningún musulmán ha pedido perdón por ocupar España ocho siglos” concluyendo en que admira a los Reyes Católicos (la historia dice que ellos expulsaron a los árabes que durante siglos invadieron la península). A partir de esto no he podido dejar de pensar qué hay que tener en la cabeza para admirar a Fernando e Isabel. Por más que he seguido pensando no he encontrado solución alguna…

Reyes aparte, el otro día encontré uno de esos comics de superhéroes en el desván de casa. Llega a ser increíble la de cosas que uno pude acumular ahí. Casi es una dimensión aparte a la que uno vuelve de cuando en cuando y se reencuentra con todo lo que había apartado del primer plano del día a día. Doscientas cincuenta pesetas había costado y allí estaba, polvoriento y con las esquinas dobladas, en portada Spiderman luchando mano a mano con el Doctor Octopus.

Ojeando más a fondo el cómic encontré en las páginas centrales, una moneda de cinco duros, un folio con un dibujo calcado y un gran número de envoltorios de chicle Boomer. ¿Recuerdan esos típicos de envoltorio rojo o verde brillante que algunos se pasaban el día con ellos en la boca? No se muy bien por qué pero no se volvió a saber de ellos. Y qué me dicen de los Peta Zetas, regalices, Sugus, ladrillos, fresas, piruletas con forma de corazón o lenguas de pica pica… ¡Qué tiempos aquellos en los últimos años del siglo XX!

¡Qué pesados los jodíos niños! debía estar pensando Pepe el quiosquero mientras atendía la cola de chavales que se agolpaban cada viernes por la tarde para pedir kilos y kilos de caramelos, kikos, pipas, patatas y demás. El quiosco era pequeño. Un rectángulo de uno por dos en el que la mayor parte la ocupaba el hombre gordo y con cara picada por viruela que atendía la cola que a cada segundo iba en aumento.

Dame tres de estos, cuatro de los otros, dos rojos y tres azules… ¿cuánto llevo? ¡Vaya! En ese caso quítame dos… ¿Dónde está el monumento al quiosquero que aguantaba a semejante coñazo de niños? Realmente aquel rectángulo de uno por dos tenía en ocasiones más actividad que Wall Street. Y finalmente uno se llevaba su bolsa con no se sabe muy bien qué y esperaba el resto de bolsas de sus amigos.

La primavera iba dejando paso al verano y los días eran ya más largos. Si tenía exámenes no me acuerdo ni me importaba, era viernes y estaba recién calado por dos gilipollas armados con globos de agua (siempre me pusieron de muy mala leche). Por el otro lado de la calle venía Rubén con medio uniforme del colegio de curas y las botas de jugar al fútbol. A mi lado estaba ya Guillermo diciéndome que tales chicas eran unas estúpidas y que nunca jugaría con ellas (como cambia la vida) y Alex se retrasaba (hoy lo sigue haciendo) posiblemente porque le estarían dando de nuevo una paliza a los tazos, canicas, chapas o algo similar.

Sentados en la acera se pasó la tarde, llegó la madre de Alex en su Ford Orión, y Guillermo, Rubén y yo volvimos a casa calle arriba. Bajo el brazo toda la tarde un cómic de Spiderman en el que aparecía luchando mano a mano con el Doctor Octopus. Una inversión de media paga y Rubén y Guillermo diciendo que era un personaje acabado y aburría más que nadie. Tres figuras avanzaban despacio calle arriba con los últimos rayos de sol de mayo y yo simplemente me encogía de hombros y me decía “qué le voy a hacer si a mí lo que me gusta de verdad son los superhéroes”.

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