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Es el corazón de Madrid. La calle de los musicales -como algunos la llaman- o la de las terrazas, donde otros tantos pasan las horas muertas. No todo son alegría y luces. Entre las sombras de la noche y las de nuestra ignorancia se agolpan los mendigos, los borrachos, las putas y los yonkis. Es la otra cara de la Gran Vía. Las calles paralelas. Las voces que sólo se oyen desde una esquina un tanto difusa.
Sigue el recorrido. Llego a los cines. Los últimos estrenos de la semana en grandes carteles que abren ventanas a otros mundos en medio de la gran ciudad. Hace no tanto tiempo algunos estaban pintados. En ocasiones, con suerte, hay un estreno de alfombra roja que intenta parecerse, sin demasiado éxito, al glamour de Hollywood.
Sigo subiendo y llego al Palacio de la Prensa. Sede del diario gratuíto 20 Minutos, discoteca, cine y todo lo que quieras más. La Plaza de Callao. No tiene absolutamente nada. El segundo tramo de la Gran Vía. Hoteles. Algún restaurante de comida rápida. Tiendas cerradas. Más clubs nocturnos. Un edificio blanco. Ya he llegado. Ascensor. Desaparezco.
Cada noche subo la Gran Vía para ir a trabajar.