lunes, agosto 13, 2007

Que nos quiten lo bailado

Eso es lo que debía estar pensando el ciego estonio que conducía borracho la noche del 12 de agosto. El invidente hacía caso a tres amigos (también borrachos) que le iban guiando por la carretera. ¡Qué estragos hace el verano!

38 grados al sol. No es de los días más calurosos. Está cansado de beber agua pero quiere quitarse la sequedad de su garganta. Persiana medio bajada y el ventilador gira que te gira. Tumbado, mirando en el techo la marca de la sangre del mosquito que aplastó la noche anterior. Todas las noches hay cacería furtiva antes de dormir. La ley de cazar o ser cazado y arrepentirse de ello al despertar.

En la rendija de ventana que queda al sol se ve la calle. A lo lejos la francotiradora. La vieja candona a la que le pusieron ese apodo por pasarse la vida en el balcón. Cuando alguien pasaba por debajo miraba con cara de pocos amigos y alguna que otra vez insultaba desde su púlpito. Nunca ha llegado a entender el atractivo de ver pasar las horas muertas desde el pequeño balcón entre plantas.

Pasa otra página del diario. Esta vez las noticias hablan del pequeño Patrick Devine que en un viaje a Senegal enseñó las posaderas al embajador de la ciudad de San Luis y por ello piden tres semanas de carcel para el irlandés. Sonríe. Pasa un mosquito. Se posa en la pared. Se queda mirándolo. No es hora de caza pero no queda más remedio.

Deja el diario sobre la mesa junto a la botella medio vacía y el ventilador que sigue gira que te gira. Coge su zapatilla. Alarga el brazo y de certera estocada remata la faena. Ni cuernos ni orejas, una mancha más en la pared que ya desaparecerá cuando se vuelva a pintar. Suena el teléfono. Descuelga. Escucha atónito. Cuelga. Coge el arma. Se suicida.

Vuelve a despertar.

Masculla: "que nos quiten lo bailado. Eso es lo que debía estar pensando un ciego estonio..."