Simplemente, un lugar donde perderme.
Así calificaría la ciudad de Málaga en pocas palabras. El paraíso urbano donde emigrar cuando no tienes pueblo donde ir y el cuerpo pide salir de la rutina de la gran ciudad.
Málaga es una ciudad que visito desde mis primeros pasos. A lo largo del tiempo, y en especial en los últimos años, ha cambiado mucho. Sin embargo el olor a mar, pescado y sal se te pega en la piel en cuanto la ves asomar al pasar los montes malacitanos que la rodean.
Mil recuerdos bañan la memoria. De cuando éramos unos chiquillos y correteábamos por la alameda. También la calle Larios y la subida al castillo de La Alcazaba impregnada por el olor al jazmín. Desde entonces un olor que siempre me recuerda a la ciudad.
No me olvidaré nunca de las playas de arena oscura o de los hierros de la vieja estación de trenes -hoy reconvertida en un gran centro comercial- donde pasaba las horas muertas mirar las máquinas pasar y los talgos ir y venir de un lado a otro.
No puedo dejar de recordar el puerto y lugares como El Tintero y sus peculiares camareros subastando las raciones de pescado. Tampoco la feria de agosto, la alegría de unas buenas sevillanas y los amaneceres regados con manzanilla.
Málaga es la ciudad de la luz, de mis recuerdos. El lugar al que escapo ya que no tengo pueblo por ser de Madrid de pura cepa. El lugar al que retirarse en el momento en el que el corazón lo anhela.
Para el que no lo conozca no puedo hacer otra cosa que recomendarle visitar la ciudad. También perderse por sus calles de noche. Y también me gustaría pedirles un favor a los que vayan, si pasan por la el parque de La Alameda no olviden dar recuerdos al Burro de Bronce. Él lo entenderá.
Y como dice el himno del Málaga CF: Málaga, la bombonera, flor de la Costa del Sol... Para mí, simplemente, un lugar donde perderme.
domingo, febrero 24, 2008
Suscribirse a:
Entradas (Atom)