Tengo muchas imágenes guardadas en mi cabeza de este pasado miércoles en la final de Copa del Camp Nou, pero especialmente me quedo con dos. En la primera estoy solo en una fila del fondo norte. A mi derecha ya no hay nadie. Creo que tenía unas cinco o seis personas pero no sé cómo se han evaporado sin darme cuenta. A la izquierda está Marcos, ocho años, hijo de Ricardo, el señor que se sienta a mi lado en el Vicente Calderón. El chaval lleva cosa de cinco minutos llorando a lágrima viva tras el segundo gol del Sevilla y su padre trata de consolarlo. Es lo bueno que tiene ser niño, que puedes echarte a llorar y se te pasan antes las cosas, los demás, aunque queramos hacerlo, tenemos que aguantar la compostura.
Llevo unos cinco minutos alternando miradas al césped del estadio y también al cielo de Barcelona con muchas ideas en la cabeza. Que no es nada fácil llegar a una final. Que la han desperdiciado planteando un partido rácano y plano. Que el Sevilla no me cae especialmente bien y por eso duele más. Que encima el tener que volver a Madrid hace más duro si cabe la situación. Que no merece la pena pasarlo así de mal. Que aunque intento alejarme de las emociones del fútbol siempre vuelvo a caer. Que cuando ganas no piensas en nada, pero que cuando pierdes todo cuesta un poco más…
De fondo alguien ha empezado a cantar, primero me llega de lejos (el Camp Nou es muy grande), después desde más cerca. Ya no son uno, son diez, tal vez veinte, tal vez medio fondo norte. Están animando al Atleti. Lo primero que pienso es que estamos completamente locos. Que sólo faltaba eso. Que han perdido y que no se merecen que nadie les anime. Poco a poco la gente sigue cantando y con más y más fuerza. Al final acabo haciéndolo yo también. Es cierto que mucho después que otros, posiblemente porque tengo más desapego, pero no puedo negar que me impresiona el gesto de la afición. Los jugadores, que cuando pierden suelen marcharse lo antes posible, se quedaron casi tanto tiempo como los del Sevilla, mientras éstos celebraban su Copa con su gente. Lo nunca visto. El resto ya lo sabéis por los periódicos.
No me gusta el tópico convertido en marketing. La afición del Atleti no es la mejor del mundo, posiblemente porque el mundo es demasiado grande y admitir eso sería tener una considerable escasez de miras. Pero sí me quedo con el gesto del aplauso a pesar de la derrota. Del levantarse después de caerse, una cosa que parece sencilla pero que para nada lo es. Eso sí que va conmigo. Eso y las palabras de Ricardo a su hijo: “Aprende de esto, no siempre se gana en la vida”. Esa frase se la robé y acabé subiéndola a mi perfil de Twitter minutos después.
La otra foto mental con la que me quedo es la de toda la grada aplaudiendo y un chico varias filas más abajo con los brazos extendidos cantando cuando los jugadores del Atleti miraban atónitos a la grada (tal vez preguntándose por la lógica de perder y que te aplaudan como si hubieras ganado). Llevaba una camiseta roja, también de esas que se venden con marketing, aunque en ocasiones éste también puede ser muy directo en función de la situación. En su espalda ponía: ‘Por esto soy del Atleti’.