sábado, julio 26, 2008

Subiendo la Gran Vía

Cada noche subo la Gran Vía para ir a trabajar. Me bajo en Plaza de España y subo hasta el número 32. El paseo se agradece en las noches de verano aunque en muchos casos el calor sigue presente como una extraña nube que se pega a las paredes y ahoga levemente el cuello.

Es el corazón de Madrid. La calle de los musicales -como algunos la llaman- o la de las terrazas, donde otros tantos pasan las horas muertas. No todo son alegría y luces. Entre las sombras de la noche y las de nuestra ignorancia se agolpan los mendigos, los borrachos, las putas y los yonkis. Es la otra cara de la Gran Vía. Las calles paralelas. Las voces que sólo se oyen desde una esquina un tanto difusa.

Sigue el recorrido. Llego a los cines. Los últimos estrenos de la semana en grandes carteles que abren ventanas a otros mundos en medio de la gran ciudad. Hace no tanto tiempo algunos estaban pintados. En ocasiones, con suerte, hay un estreno de alfombra roja que intenta parecerse, sin demasiado éxito, al glamour de Hollywood.

Sigo subiendo y llego al Palacio de la Prensa. Sede del diario gratuíto 20 Minutos, discoteca, cine y todo lo que quieras más. La Plaza de Callao. No tiene absolutamente nada. El segundo tramo de la Gran Vía. Hoteles. Algún restaurante de comida rápida. Tiendas cerradas. Más clubs nocturnos. Un edificio blanco. Ya he llegado. Ascensor. Desaparezco.

Cada noche subo la Gran Vía para ir a trabajar.

lunes, julio 14, 2008

Señores y señoras, la radio

Señores y señoras, la radio. Desde hace unos días trabajo en la Cadena SER. Se trata de un sueño hecho realidad ya que la SER es otro mundo. Subí por vez primera a Gran Vía 32 cuando tenía 17 años. Acababa de empezar a trabajar en la radio local donde hemos gestado tantas ilusiones. No puedo olvidarme de ello. Subir a la octava planta de ese edificio, desde donde se ve todo Madrid, era como descubrir la cortina que tapaba lo que había detrás del altavoz que tantos años ha sonado en mi vida.

Son tantos los sonidos: el pitido en morse del gol de carrusel, el despertador del Hoy por Hoy, la voz acompasada de Iñaki Gabilondo, el último abrazo antes de acostarse de De la Morena, la antigua sintonía de A Vivir que son Dos Días... La SER tiene algo de especial. Algo más allá de un trabajo mal pagado, de un horario desagradecido o de unas ojeras ganadas a pulso.

Deben ser los cortavientos amarillos o la emoción de cuando se abre el micro y tienes que hablar. Tal vez es el famoso gusanillo que asoma por algún lado del estómago cuando enfilas el camino del estudio. Nada de lo que hayas hecho hasta el momento vale. Ahí es buena hasta la que habla del tiempo. Algunos hablan de modular la voz, otros de leer más despacio, acompasado, tono melódico y cantarín, entonación SER...

En definitiva, muchas sensaciones y detalles que contar del otro lado de la radio. Sin embargo, aunque ya tendremos tiempo de explayarnos, no quiero dejar de contar a modo de cierre una de las cosas que más me llamaron la atención de mi primera visita a la SER años atrás. En el estudio principal, al fondo, hay un pequeño escenario con un piano y una pancarta. Ahora pone en ella "un paso por delante". Hace años el lema me parecía más fresco para el visitante. Simplemente decía: Señores y señoras, la radio.

Encantado.